Tanto tiempo que mis pupilas
ya no ven el cálido
fulgor de la mañana
reflejado sobre la ventana,
ni tampoco a las olas agitadas
partiendo del horizonte
y desapareciendo al llegar a la orilla.
Dejaron de ser inquietas,
y se conformaron con tan solo
contemplar los pocos recuerdos,
permaneciendo en el oscuro silencio.
Tanto tiempo que aprendí a callar
que ni al murmullo de mi sombra
podría responderle,
no porque no quiera,
sino porque ya no encuentro
las justas palabras,
aquellas que huyeron junto
a la brisa del viento
que hace tiempo deje de sentir.
Tanto tiempo que mi memoria,
no es más que un libro
de hojas arrancadas y letras perdidas.
Solo perduraron aquellas marcas
que me hice al lastimarte
y no atreverme a conocer tu mundo,
aquel cielo que te cubría
y adornabas de sueños y esperanzas.
Tanto tiempo que mi boca
ya murió de sed,
pero no por aquella húmeda necesidad
que comúnmente se tiene,
sino una sed de vivir, de arrepentimiento
y de no haberte aprendido a querer.
Hijo mío tanto tiempo
para aprender a decirte perdón
y ya no poder ser escuchado
ni por ti,
ni por Dios.
Escrito por: Maximiliano Braslavsky
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